REFLEXIONES SOBRE “PARIS EN EL SIGLO XX”
Por: Jorge TORRES
En 1905 luego de la muerte de Julio Verne, la
editorial Hetzel, celebre por tener la exclusividad en la época de publicar los
textos del genio de Nantes, expuso un listado de sus obras póstumas con el fin
de publicarlas. Sin embargo, existía un rumor de que en el listado se obviara
alguna que nunca fue de gusto del editor pues había una novela que el escritor
había relacionado en una carta pero que no aparecía en el archivo oficial del impresor
y amigo Pierre-Jules Hetzel. Sólo hasta 1986, los descendientes de la familia del
autor continuaron en la búsqueda y EUREKA, en una olvidada caja fuerte en los
archivos de la editorial, se encontró una carta de Hetzel al narrador donde
rechazaba una obra titulada “Paris en el Siglo XX”. Esta pista, como si fuese
una novela de espionaje reactivó la pesquisa del famoso “libro perdido de Verne”.
En 1989 finalmente, en otra caja fuerte en un rincón de los archivos del
librero, encontraron el tan anhelado manuscrito. No fue sino hasta 1994 que se
publicó la primera edición de un texto de 1863. Toda una ironía pues una de sus
primeras obras fue la última en publicarse, luego de 131 años “Paris en el
Siglo XX” se vendía como pan caliente, como una “Baguette” en las Rues de
Paris y también en los estantes de las librerías del mundo. Pero ¿por qué esta
obra fue rechazada por Hetzel, editor de Julio Verne? ¿Qué relación y mensaje
tiene con la ingeniería y la ciencia?
Luego de leer el libro encontré las razones y
reflexiones sobre la no publicación del “Eslabón perdido” de las letras del
popular autor francés. En “París en el siglo XX” Verne, precozmente se
desilusiona de la ciencia y la ingeniería. Suena extraño, pues siempre defendió
el positivismo científico, en la época se vivía el fin de la primera
revolución industrial del carbón y vapor además entraba el furor de la segunda
revolución cuyas fuentes energéticas principales eran más limpias con el
petróleo y la electricidad, durante la tercera república francesa, ya
consolidada como un imperio donde se desarrollaban inventos por doquier. Si
bien fueron avances auténticos, pronto el escritor francés advirtió de los
problemas ambientales y sociales que derivarían estos progresos, que eran
palpables con la polución del carbón que deforestó y/o excavó media Europa o la creación
del proletariado como un grupo segregado, vulnerable, manipulable y de poca cultura en las
ciudades modernas.
Si bien Verne en su” libro perdido” profetisa de manera asombrosa adelantos tecnológicos que aparecerían décadas posteriores como: el metro subterráneo, que describiría como una especie de tren que recorrería Paris en unos tubos para transportar gente, los equipos de sonido que ponen música de toda una orquesta, o una gran antena que dominaría la ciudad (Torre Eiffel), el autor igual se centra en una urbe sobrepoblada con pocos espacios verdes, llena de metales y donde el ser humano tendría preocupaciones de sobreconsumo de artículos como felicidad o cuyo objetivo de vida es vivir para comer en exceso, en vez de alimentarse para bien vivir. Además, Verne denunciaba los riesgos de la ciencia sin ética, tal como años más tarde los expresaría Albert Einstein, una ciencia al servicio de objetivos políticos o el lucro, llena de patentes en lugar de ser el utópico objetivo de servir a la humanidad. Y este ser humano que presenta Verne coincide con el mostrado por Stanley Kubrick en su famosa película de “2001, una Odisea al espacio”, un hombre evolucionado en una sociedad tecnocrática, manejado por máquinas, de sentimientos apagados, casi autómata.
El mundo de “Paris en el siglo XX” se
desarrolla en los años sesenta, Verne describe la vida de un poeta que trata de
vivir en una civilización que idolatra los números, las ciencias exactas y
duras, la economía, la ingeniería, donde no hay espacio para el error, un lugar
donde el arte ha sido erradicado, donde el poeta Víctor Hugo es un escritor
desconocido y sus libros son mal vistos y guardados en los rincones olvidados
de las bibliotecas. Este mundo tecnocrático, robotizado, puede mostrar un
reflejo de nuestra sociedad. Y tal vez esas fueron las razones por las que
Hetzel no publicó este libro profético, en plena ebullición industrial, por
mostrar las debilidades del sistema donde faltaba el balance del arte, la
estética, la ecología, el pensamiento abstracto que hizo de épocas de la
historia, tal vez los momentos más felices de la humanidad. Y puede ser eso lo
que le falta a la sociedad actual, mostrar que los números no son solo parte de
la ciencia sino también son el alma del arte en un mismo Yin-Yang, tal como es
bien sabido en la teoría de los fractales o en los números sagrados como el Áureo,
el Pi, entre otros.
Desde las pirámides, los templos egipcios, los mesopotámicos
con sus inscripciones y monumentales esculturas, luego los griegos con las
siete artes liberales, la academia de Platón, con la estética en la escultura
antropocentrista, las ánforas. En la España andaluza y sefardí y el
renacimiento volvieron las matemáticas aplicadas a la arquitectura, la pintura
y hasta la poesía con sus cuartetos, sonetos, o en la música, que igualmente
hizo que el tiempo se transformara en algo de disfrute en la creación humana. Para
no ir más lejos, a finales del siglo XIX y en los años veinte y treinta se
lograron fusiones de nuevo entre los números y el arte tal como el “Art
Nouveau”, la representación de la naturaleza ficticia en la funcionalidad de
las ciudades o el Art Deco, el arte en las máquinas y las arquitecturas
industriales.
Tal vez eso le hace falta a la sociedad actual,
un balance entre el arte y las ciencias, para revivir las épocas de mayor
esplendor humano y evitar el suicidio netamente numérico, sin creatividad,
mecánico, como lo plantea “Paris en el siglo XX”, libro que tal vez Hetzel se
reservó siendo también un visionario y revelándolo sólo hasta cuando se
necesitara el mensaje de Verne, 133 años después, cuando la humanidad y la
ingeniería tal vez lo requiera para revivir el regocijo de sentir la fusión de
los mayores conocimientos del Universo, la delicadeza y elevación del arte
mezclada al fractal numérico. Una pausa para la poesía mezclada con la
ingeniería, donde el tiempo no sólo cueste dinero, sino algo mejor, que cada
segundo valga arte.
Nota, esta artículo está dedicado al profesor y
maestro Jacques G. Ruelland quien me dio a conocer este libro y además me obsequió
una primera edición de “Paris en el Siglo XX”.
Comentarios
Publicar un comentario